lunes, 15 de abril de 2013

Capítulo 1.

Me costó situarme. Todo giraba en torno a mí. Aunque no estaba haciendo más que reproducir lo que pasaba por mi cabeza en aquel preciso instante en algo que pudiera ser captado por mis sentidos.
Cuando todo volvió a la normalidad advertí que estaba en mi habitación, tumbada sobre la superficie de la cama. Ni siquiera me sentía capaz de recordar como y cuando había llegado hasta allí. No me costó mucho trabajo deducir que lo más probable es que habría perdido la consciencia al ver a Susan tendida en el suelo de la biblioteca. Pero aquello no tenía importancia, lo realmente importante ahora no tenía nada que ver conmigo. Lo que necesitaba era saber que Susan estaba bien, que lo que acababa de recordar momentos antes no había sido más que una estúpida pesadilla. Estaba pensando demasiado, pero no podía evitar hacerlo, siempre lo hacía.
Jamás podría olvidar sus enormes y almendrados ojos verdes convertidos en dos círculos casi perfectos orientando su mirada inerte hacia un lugar indefinido. Agité la cabeza de un lado a otro para evitar que aquel desagradable recuerdo siguiera extendiéndose por el interior de mi mente. Tuve que abrir y cerrar los ojos durante varios minutos para evitar que las lágrimas salieran de ellos. Pero cuando dejé de hacerlo no pude precaver la caída de una de ellas, y lo que empezó siendo una lágrima furtiva deslizándose por cada uno de los poros de mi piel, se convirtió en una carrera de numerosos ejemplares de la misma luchando por llegar en primer lugar a la comisura de mis labios. Acerqué el rostro hasta la manta situada sobre mis piernas y sequé las lagrimas que aguardaban en él con esta. Posteriormente, dejé caer la cabeza sobre la almohada, y a pesar de mis esfuerzos por no quedarme dormida, mis párpados terminaron cediendo.
Abrí los ojos, pero no vi nada. Absolutamente nada. La oscuridad se apropiaba del interior de aquellas cuatro paredes. No recordaba aquella falta de luz antes de caer rendida ante los pies del sueño. Barajé la posibilidad de haber pasado el día entero durmiendo, pero no tardé en desecharla, era imposible, yo nunca había dormido más de ocho horas seguidas. Decidí levantarme y dirigir mis pasos hacía la cocina para mirar la hora, ya que era allí donde se encontraba el único reloj de la casa. Y así lo hice. Busqué la puerta durante varios minutos, pero fui incapaz de encontrarla, de hecho, tampoco logré hallar los límites de la habitación.
Repentinamente, noté una suave caricia en la espalda, como si alguien hubiera depositado sus fríos dedos o hubiera soplado sobre la misma, pero no necesite girarme para saber que se trataba de ella.
Aún así lo hice, pero me decepciono comprobar que ahí no había nadie. Pero yo lo sabía. Sabía que había sido ella. Lo había sentido.
Mi vista comenzó a nublarse, y con ella mis pensamientos. Los sentía cada vez más lejos, como si alguien estuviera bajando su volumen. Y más... Y más... Hasta que dejé de hacerlo.
Fue entonces cuando comprendí que nada de lo que acababa de suceder había sido real. Que la oscuridad no había sido más que un reflejo de las emociones y del vacío que había sentido en aquel minucioso momento.
Desperté sobresaltada, con el corazón en un puño, bombeando sangre a velocidades antinaturales, como si hubiera estado corriendo durante varias horas seguidas, y, lo más probable es, que si otra persona hubiera colocado su mano sobre el mismo, esta hubiera retrocedido varios pasos hacia atrás y seguidamente me hubiera llevado a urgencias sin pensárselo dos veces.
Pero a mí eso no me preocupaba. Lo que realmente me preocupaba era el motivo de aquella respiración acelerada.
Continué espirando e inspirando entrecortadamente hasta que la frecuencia de mis latidos se normalizo en su totalidad.





sábado, 6 de abril de 2013

Prólogo.

No me costó mucho trabajo deducir que aún era temprano. Mi habitación continuaba sumida por completo en la oscuridad de la noche. Tanto, que no me sentía capaz de diferenciar los muebles y objetos que ocupaban la misma. Permanecí inmóvil en el rincón derecho de la cama, rodeando las piernas con los brazos, pero sin dejar de apoyar la cabeza contra la almohada. Intenté volver la cabeza hacia la izquierda para poder seguir durmiendo, pero el intermitente dolor de cabeza que estaba comenzando a sentir en aquel momento, hizo que dicha idea desapareciera de mis pensamientos. En ese instante me di cuenta de que algo no iba bien, y decidí aguardar. Tenía demasiadas cosas en las que pensar, demasiadas cosas que recordar. Reposé durante varios minutos hasta que descubrí el motivo de aquel incómodo dolor de cabeza y de aquel malestar en el que me encontraba atrapada. No tarde mucho en hacerlo. Debía enfrentarme a una realidad que mi cabeza era incapaz de afrontar. Me negaba a aceptar que Susan ya no estaba. Que se había ido para siempre. Y que, lo más probable, es que no volvería a verla nunca más. Repetir su nombre hizo que me estremeciera de forma inconsciente. Pero no pude evitar volver a hacerlo. Era Susan. Mi Susan. Mi mejor amiga. Y, posiblemente, la única amiga de verdad que había tenido.
Jamás podría olvidar el día que la vi por primera vez.Yo acababa de mudarme a aquel pueblucho pocos días atrás, debido a la muerte de mi padre. Apenas teníamos 4 años. Era una tarde de otoño. Una de aquellas tardes en las que el suelo está cubierto por hojas secas desprendidas de los árboles que ejercen su mudanza rutinaria. Estábamos en la biblioteca del pueblo que días antes hubiera descrito como tranquilo, en compañía de nuestras respectivas madres. Ya desde entonces nos sentíamos atraídas por el mundo de la lectura. Y lo más probable es, que la imaginación que había desatado en nosotras la afición por la misma, fuese uno de los pilares que hicieron que nos manteniésemos tan unidas.
Pero... tampoco conseguiría hacer desaparecer de mi cabeza los recuerdos de la última vez que lo hice. En el mismo lugar.
Salí de casa pocos minutos después de lo habitual. Me había entretenido leyendo. pero tenía que hacerlo. Tenía que acabar ese libro antes de que terminara el plazo de entrega si no quería ser sancionada por ello. Y dicho plazo terminaba ese mismo día. Cuando acabé no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa triunfal. Recogí mi habitación lo suficiente como para que mi madre no se diera cuenta del desorden y no tener que soportar otra de sus insoportables regañinas. Salí por la puerta. Bajé las escaleras a trompicones, y sin preocuparme por pisar todos los escalones. Cuando hube llegado al portal, me detuve un breve instante frente al espejo, me miré, me aseguré de que todo estaba en su lugar, y no dudé en salir corriendo en dirección a la parada de autobús. No tardé en fatigarme, con lo cual no me quedó más remedio que disminuir la velocidad. Cuando llegué a la parada no fui capaz de esperar más de cinco minutos, posiblemente estuviera debido a la impaciencia que había heredado de mi padre. Pero esta vez opté por caminar a un ritmo considerable en lugar de correr. Llegaba tarde. Había pasado más de media hora desde que había quedado con Susan. Solía caminar con la cabeza gacha, mirando hacia el suelo, como estaba haciendo en aquel momento, hasta que alcé la cabeza. Me alegró comprobar que la biblioteca se encontraba lo suficientemente cerca como para estar al alcance de mi campo de visión. Me detuve para descolgar la mochila de mi hombro, la abrí para extraer de ella la funda con mis gafas en su interior, y seguí caminando. Las coloqué sobre mis ojos y lo vi todo con la claridad que me faltaba cuando no las llevaba puestas. Volví  a levantar la mirada hacia la misma dirección en la que lo había hecho antes, y me resigné al comprobar que Susan no estaba allí fuera, esperándome. Pero, a decir verdad, tampoco me extrañó que se hubiera cansado de hacerlo y hubiera decidido aguardar mi llegada en el interior. Seguramente yo hubiese hecho lo mismo, pensé. Cuando quise darme cuenta ya estaba frente a la entrada. Subí las pocas escaleras que me separaban de aquel enorme portón y llamé con una suavidad que adquirió cierta fuerza al no haber obtenido respuesta. Me detuve indecisa a observar el pomo. Era dorado, del mismo color que el marco que recubría aquella enorme e imponente puerta marrón que tantas veces había atravesado, y acerqué mi mano hasta que pude hacer que este girase. Y así lo hice. Cuando lo hube hecho, mis ojos analizaron el interior de la sala, y me extrañó ver que esta estaba completamente vacía y sumida en la penumbra. Todas las ventanas estaban cerradas y los libros colocados en perfecto estado y orden en sus respectivos estantes. No encontré ningún otro desperfecto hasta que desplacé la mirada hacia el suelo.
-¿Su...Su...Susan?- Susurré con un hilo de voz.